Recuerdo la primera vez que estuve en un quirófano, tenía solo 4 años. Pienso en ese momento y a día de hoy me sigo estremeciendo. Me acompañaba un médico al que no conocía de nada, llevaba una bata blanca reluciente y un espejo situado en su frente.
La sala era mediana, sus paredes blancas y el olor extraño. Había un asiento de acero inoxidable, frío y muy grande del que me colgaban los pies. Pude ver gran cantidad de aparatos organizados en una mesa, pinzas de distintos tamaños y una escupidera de acero inoxidable. La otra escena que recuerdo relacionada con mi operación es encontrarme en mi casa, mi hogar, rodeada de mi familia, con mis abuelos y mis tíos que habían venido a verme. Y lo mejor de todo, es que podía tomar helados, a pesar de que era invierno.
En la infancia, la principal dificultad en las intervenciones quirúrgicas, es la ansiedad que provoca la separación de la familia mientras que -en la etapa adulta, el que una persona tenga que someterse a una operación quirúrgica supone una gran fuente de estrés, no sólo por dejar el hogar, el día a día y encontrarse rodeada de personas desconocidas, sino por las consecuencias o el trastorno derivado de su enfermedad.
El conocer y aceptar lo que ocurre, así como las consecuencias que puede tener para la vida a medio y largo plazo es un proceso y como tal necesita de un período de adaptación.
Las personas reaccionan de distintas formas ante una intervención quirúrgica. No es lo mismo una operación de garganta que una operación de corazón. También influye la edad y la experiencia previa que se haya tenido en alguna intervención, o la circunstancia en la que ésta ha aparecido en su vida. Pero en general, ante intervenciones quirúrgicas de importancia es común que aparezcan altos niveles de ansiedad y estrés.
Los pensamientos racionales son los responsables de las conductas de autoayuda. Cuando nos enfrentamos a una intervención quirúrgica nos pueden ayudar a reducir la sintomatología ansiosa y a afrontar con una actitud más colaboradora la situación a la que nos vemos expuestos.
En muchos casos, cuando una persona tiene que ser operada piensa: ¿y si no despierto de la anestesia?, ¿me operarán de lo que no es?, aparecen pensamientos aprensivos y miedos relacionados con el dolor y/o a la muerte.
Una persona puede influir positiva o negativamente en el preoperatorio, intervención y postoperatorio, en función de sus creencias, experiencias anteriores, expectativas, y por supuesto, del apoyo social que tenga.
El tener tolerancia a la frustración, recuperarse a pesar de las dificultades, afrontar retos o la capacidad de autogenerarse emociones positivas, ayuda a sobrellevar de forma positiva situaciones que provocan estrés.
Señalar que Janis (1958), estudió la respuesta psicológica hacia la cirugía y encontró que «los pacientes quienes habían sido informados sobre las sensaciones desagradables que le seguirían a la cirugía mostraron mejor recuperación que aquellos que no la recibieron. Los que habían sido informados estuvieron menos enojados antes de la cirugía, mostraron mayor confianza en sus cirujanos, y exhibieron menores trastornos emocionales después de la intervención».
¿De qué recursos deben disponer los médicos para mitigar el estrés en los pacientes?
Los pacientes expuestos a intervenciones quirúrgicas expresan en muchas ocasiones malestar por la falta de información disponible tanto a nivel preoperatorio como postoperatorio: “¿cuánto tiempo estaré convaleciente?, ¿cómo debo actuar en mi recuperación?, etcétera… También hacen alusión al grado de empatía conseguido con el equipo médico y de no saber qué hacer con las emociones que la situación les provoca.
Es importante por tanto, que el equipo médico cuente con habilidades que permitan abordar las emociones de los pacientes, familiares y del propio equipo médico.
Ser capaz de identificar y conocer los factores estresantes o tomar conciencia de los niveles de estrés y saber eliminarlos, es fundamental para que el equipo médico se relacione de una forma más humana con el paciente.
De igual forma, es necesario que profesionales médicos especializados evalúen los pensamientos de los pacientes, para reconocer si son creencias racionales o irracionales, es decir, si nos permiten lograr lo que nos proponemos o nos bloquean, y en este caso, intentar modificarlos.Y es que cuando la persona le da nombre a la emoción y descubre la situación que la provoca, puede identificar los pensamientos que le perturban y eliminarlos. Hay que recordar que “lo que no se nombra no existe”.
Esto favorece el comportamiento empático del médico con el paciente, aumentando la tolerancia y el grado de frustración así como la aceptación de nuestras limitaciones y la de los demás.
La importancia de una comunicación efectiva entre médico y paciente
Otro recurso para la humanización de los espacios sanitarios es apostar por una comunicación efectiva, informar al paciente, facilitar las preguntas que quiera hacer, es decir, mostrar una actitud de apertura hacia la persona, permitiendo que se exprese emocionalmente y reduzca su nivel de estrés.
Empatizar, motivar y reforzar ayuda a estimular los cambios. Incluyo en el concepto de comunicación efectiva entre médico y paciente a la comunicación no verbal, (tono, expresión facial, la mirada, los gestos, la proximidad) que en todo momento ha de ser congruente con la comunicación verbal. Cuando el personal médico se pone físicamente a la misma altura del paciente, es decir, cuando corporalmente los dos se encuentran al mismo nivel, se facilita la comprensión, la empatía y la aparición de un estado de relajación que favorece la colaboración entre ambos.
Los beneficios de recuperarse en casa después de una operación
Respecto al postoperatorio en casa, siempre que sea posible por la patología y el estado clínico que el paciente presente, supone beneficios. La calidad de vida del paciente y su familia mejora, la persona en su hogar se siente segura, acompañada y atendida por sus seres queridos, más cómoda y con más intimidad. No hay infecciones nosocomiales y en el caso de los ancianos disminuye la confusión mental y/o depresión. Y también se ahorra tiempo y dinero, ya que los familiares no se tienen que desplazar al hospital.
No hay que olvidar que los cuidadores también se ven afectados, en el sentido de que al hacerse cargo de los pacientes durante el proceso, se sienten más cansados y ansiosos, disponen de menos tiempo para dedicar a sus actividades diarias y en muchos casos pueden sufrir estrés.
Pero sin duda lo más importante del postoperatorio es que la persona se sienta apoyada por la familia y que mantenga un estado afectivo positivo a lo largo de todo el proceso.
Fuentes de referencia
- Aspectos psicológicos en el paciente quirúrgico. Lic. Teresa L. González Valdés Lic. Ada Ma. Casal Sosa. Libros de Autores Cubanos.
- Habilidades Emocionales y de afrontamiento del estrés para sanitarios. Escuela Andaluza de Salud Pública.
- Hospitalización a domicilio Víctor José González Ramallo, Bernardo Valdivieso Martínez y Vicente Ruiz García Unidad de Hospitalización a Domicilio. Hospital General Universitario Gregorio Marañón. Madrid. a Unidad de Hospitalización a Domicilio. Hospital Universitario La Fe. Valencia.
- La hospitalización domiciliaria: antecedentes, situación actual y perspectivas. Revista Panamericana de Salud Pública. Rosângela Minardi Mitre Cotta, María Morales Suárez-Varela, Agustín Llopis González, José Sette Cotta Filho, Enrique Ramón Real y José Antonio Días Ricós
- Tesis Doctoral. Alteraciones Emocionales en la Hospitalización Infantil: Análisis Psicoevolutivo. Isabel López Naranjo. Antonio Fernández Castillo. Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación. Universidad de Granada 2011.